Patrones complejos del colonialismo: el imperialismo cultural ruso como dominación a través de la homogeneización.

12 de junio de 2025
El imperialismo cultural ruso niega sistemáticamente la identidad distintiva de Ucrania en cuanto a la lengua, cultura, tiempo y espacio para imponer la asimilación y justificar el borrado histórico.
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Cuando hablamos de colonialismo, a menudo imaginamos el modelo clásico: el colonizador domina afirmando la diferencia. El colonizado es considerado «otro», «inferior» o «incivilizado», necesitado de «civilización». Pero en el caso de Rusia y Ucrania, el mecanismo es mucho más complejo: no es la diferencia, sino la similitud, lo que se convierte en la base de la violencia (véase, por ejemplo, el episodio del podcast de Volodymyr Yermolenko "Rethinking Imperialism" o el artículo de The Ukrainians). Y es esta similitud la que permite las formas más brutales de borrado, porque niega a los colonizados incluso el derecho a ser diferentes. Se trata de una forma del colonialismo que no separa, sino la que absorbe.

Aquí analizamos cinco manifestaciones fundamentales del imperialismo cultural ruso: la supresión del idioma, la primitivización de la cultura, la ideologización del tiempo, la ideologización del espacio y la paradójica verdad de que la historia de Rusia es, en momentos clave, secundaria a la de Ucrania. No se trata de rasgos independientes, sino de patrones entrelazados de dominación simbólica.

1. El idioma como subjetividad negada

El imperialismo ruso ha negado durante mucho tiempo la existencia independiente del idioma ucraniano. A partir de los decretos de la Circular Valuev (1863) y, de forma aún más severa, del Ucase de Ems (1876), el Estado zarista prohibió rotundamente no solo la publicación de textos en ucraniano, sino también su uso en las escuelas, las iglesias y la vida pública. La infame frase del decreto Valuev: «Nunca ha existido, no existe ni podrá existir una lengua pequeña rusa separada» (pequeño ruso era un eufemismo utilizado en el imperio ruso para referirse a la lengua y la cultura ucranianas), que resume la lógica de la asimilación: el decreto declaraba que el ucraniano no era una lengua distinta, sino un dialecto del ruso (aclarado en el Decreto de Ems), que se consideraba ilegítimo.

Esta política continuó en la era soviética bajo el pretexto de la «amistad entre los pueblos», donde el ucraniano fue expulsado de la ciencia, la administración y los campos técnicos, sobreviviendo solo en la vida privada o como folclore oficialmente sancionado. La política lingüística soviética no puede entenderse plenamente sin reconocer el período inicial de korenizatsiya (indigenización) y ukrainización en la década de 1920 y principios de la de 1930, que promovió activamente el desarrollo de las identidades nacionales y el uso de las lenguas locales, incluido el ucraniano. En esta primera fase se produjo una importante expansión de la educación, la literatura y la administración en lengua ucraniana, lo que supuso un enfoque complejo y a menudo contradictorio de la construcción de la nación dentro de la URSS.

Sin embargo, esta política se revirtió drásticamente en la década de 1930, cuando el régimen se decantó por la represión. Se restringió la autonomía cultural y lingüística ucraniana, se reprimieron violentamente los movimientos nacionalistas y se modificó por la fuerza la lengua ucraniana para alinearla más estrechamente con las normas lingüísticas rusas. El decreto de 1938 que imponía la enseñanza del ruso en todas las escuelas soviéticas consolidó aún más el ruso como lengua dominante del poder estatal, marginando las lenguas no rusas y reforzando una jerarquía que persistió durante el resto de la era soviética. En la década de 1980, en las universidades la mayoría de los departamentos impartían clases en ruso.

En el siglo XXI, la misma política persiste en forma actualizada. Tras la anexión de Crimea, las escuelas de lengua ucraniana fueron completamente eliminadas, y en las zonas ocupadas por Rusia de las regiones de Donetsk y Luhansk, la enseñanza del ucraniano ha sido sistemáticamente suprimida. No se trata de una mera política lingüística, sino de una negación de la soberanía cultural.

2. Primitivización de la cultura ucraniana

Otra herramienta de control imperial es reducir la cultura de los colonizados a algo ingenuo o secundario. La cultura ucraniana en el imaginario ruso se folcloriza (camisas bordadas, cosacos bailando, humor rural pintoresco) o se presenta como campesina, emocional y subdesarrollada.

El barroco ucraniano, un momento decisivo de la modernidad temprana, es excluido del canon europeo y reformulado como un pié de nota marginal en el auge de Moscú. Pensadores clave como Meletiy Smotrytsky son etiquetados como «rusos», mientras que su contexto intelectual ucraniano es borrado. Además, varios escritores, poetas y otras figuras culturales fueron ejecutados, mientras que a otros se les concedió el derecho a expresarse por parte del partido gobernante a través de sindicatos oficiales de artistas, músicos y escritores.

Se trata de una estrategia deliberada de disolución cultural: impedir que la cultura ucraniana se erija como una tradición soberana con voz, ritmo y autoridad propios, y reducirla en cambio a un subgénero decorativo dentro del conjunto ruso.

3. Ideologización del tiempo: Ucrania solo como pasado

La lógica imperial funciona a través del tiempo teleológico: construye la historia como un camino lineal que culmina en el centro imperial. En la historiografía rusa, Kyiv es el comienzo, pero Moscú es la culminación. ¿El bautismo de la Rus de Kyiv? Rusia se lo apropia como el «nacimiento del Estado ruso». ¿El Estado cosaco? Rusia lo fabrica como un mero precursor de la «reunificación» con el «hermano mayor», Rusia. ¿Ucrania independiente? Rusia la reivindica como un error histórico.

Este encuadre niega el futuro de Ucrania al permitirle solo un pasado: una fuente, un origen, pero nunca un sujeto. Mientras tanto, Rusia reivindica el futuro: el cosmos, el poder, el «mundo ruso».

Los escritores imperiales, desde Karamzin hasta Dugin, han presentado sistemáticamente a Ucrania como un peldaño en el destino de Rusia. Desde este punto de vista, a Ucrania se le permite haber existido, pero no existir.

4. Ideologización del espacio: toponimia imperial y control simbólico

El control del espacio no es solo físico, sino también simbólico. Cambiar los nombres de los lugares, renombrar las calles o erigir monumentos son herramientas clave del poder imperial. Después de 2014, las autoridades rusas sustituyeron los topónimos ucranianos en Crimea por otros rusos. En los territorios ocupados, las calles fueron renombradas en honor a Lenin.

Esto es más que una simple señalización: es la reescritura del espacio mnemónico. El imperio afirma su propiedad a través de sus «héroes», desplazando la memoria local. En Mariúpol, las fuerzas rusas erigieron estatuas en homenaje al legado de Pushkin sobre las ruinas que ellos mismos crearon, un ritual de marcado imperial.

Se trata de la colonización del espacio no solo por la fuerza, sino también por el nombre, controlando lo que se puede recordar y quién lo puede recordar.

Quizás lo más perturbador para el mito imperial es este hecho: Rusia no fue el origen, sino el derivado. La cristianización de Rus llegó a Kyiv en 988; Moscú no se fundó hasta más de 150 años después. Las élites intelectuales que reformaron la iglesia y la educación rusas, entre los siglos XVII y XVIII, se formaron en Ucrania, como Teófano Prokopovych.

El imperialismo ruso no es solo expansionista, sino que es una guerra violenta contra su propio origen negado. Por eso su imperialismo cultural es tan agresivo, porque se dirige contra aquello de lo que históricamente tomó prestado.

Conclusión

El imperialismo cultural ruso no funciona a través de la exotización, sino a través de un parentesco simulado. Ucrania no se presenta como un enemigo, sino como parte de Rusia, como algo que nunca debería de haberse separado. No se trata de una dominación por exclusión, sino de una dominación a través de la imposición de la uniformidad.

La descolonización, en este contexto, no es solo una liberación geopolítica. Es un acto ontológico y epistémico: la recuperación del tiempo, el espacio, el lenguaje y la diferencia. Ucrania no es la periferia de Rusia. Es lo que Rusia se niega a admitir como su origen, y eso es precisamente lo que hace que la violencia de su imperialismo sea tan cruel.

Pero también es lo que hace que la resistencia de Ucrania sea tan poderosa. Al recuperar su propia narrativa, Ucrania no se está inventando desde cero, sino que está resucitando lo que estaba enterrado y, al hacerlo, transformando tanto a sí misma como la comprensión mundial de la soberanía poscolonial en Europa.

Este artículo se ha elaborado en colaboración con el Instituto Ucraniano, la principal institución cultural y de diplomacia pública de Ucrania, y la ONG Cultural Diplomacy Foundation.

Daria Synhaievska | Traducido por Sasha Frolova
Analista en UkraineWorld | Redactora en UkraineWorld Español