Cuando Yevhenia habla sobre su propio libro de las historias de los tártaros de Crimea, sus labios muestran una cuidadosa consideración de cada palabra que pronuncia. Contar estas historias requiere una gran delicadeza, ya que los recuerdos que se cuentan son muy frágiles y están salpicados de lágrimas.
Nos conocimos durante la presentación de su libro en Estambul. Su libro se titula simplemente Familias tártaras de Crimea y algunos de sus protagonistas estaban presentes en el acto, agradecidos por inscribir las historias de sus familias en la historia.
"Casi todas las personas cuyas historias recogí me preguntaron: '¿Por qué escribir una historia sobre mí? Soy una persona corriente'. Les expliqué que estaba realmente interesada en aprender sobre ellos, sus experiencias, sus abuelas y sus abuelos. A medida que iban evocando recuerdos y compartiendo sus historias, experimentábamos juntos la alegría y la tristeza".
Yevhenia no es tártara, ni es de Crimea. Simplemente reconoce que la historia de este pueblo asediado sigue siendo poco conocida, incluso para algunos ucranianos.
"Soy de Odesa, donde viven muchas nacionalidades diferentes. Siempre he entendido que todas las personas son diferentes pero iguales, porque así me educaron. Pero la verdad es que los tártaros de Crimea no son iguales desde hace mucho tiempo.
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Los tártaros de Crimea han perdido su patria en numerosas ocasiones y en diferentes circunstancias. En la Ucrania moderna, muchos de ellos se vieron privados de su patria de nuevo en 2014, y una vez más en 2022, algo con lo que los ucranianos de hoy en día pueden identificarse.
A estas alturas, creo que todos los ucranianos han llegado a comprender que la razón por la que uno puede ser desalojado de su hogar es simplemente porque otro quiere tenerlo.
Sin embargo, muchos tártaros de Crimea han optado por defender a su país y a sus familias en las Fuerzas Armadas de Ucrania. Entre ellos destaca el nombre de Asan Seydametov, cuyo fallecimiento supuso para Yevhenia que por fin había llegado el momento de escribir su libro.
Se le conocía por el indicativo de Tataryn (tártaro), y a menudo llevaba un gorro musulmán con la calavera, creyendo que le traería protección. Confió el gorro a su compañero poco antes de morir en combate.
"A principios de 2023, vi la noticia de la muerte de Asan. Su familia fue la primera que visité: su mujer, sus cuatro hijas y su nieta. Asan había luchado anteriormente en la ATO [Nota del T.: Operación Antiterrorista en las regiones de Donetsk y Luhansk 2014-2018], así que esta era su segunda vez en la guerra".
Esta historia de la familia de Asan es la primera del libro de Yevhenia. Aunque a los seres queridos que dejó atrás les costó mucho hablar de él, lo hicieron para mantener vivo su recuerdo. Esto, dice Yevhenia, muestra una diferencia entre los tártaros de Crimea y los ucranianos.
"Los ucranianos suelen decir que sus abuelas y bisabuelas tenían miedo de compartir la verdad sobre sus vidas incluso después de 1991 debido al trauma profundo. El miedo era tan intenso que incluso a los niños se les prohibía hablar de ello".
Sin embargo, los tártaros de Crimea lo enfocan de otra manera: suelen compartir los detalles de sus experiencias con sus hijos y nietos. Como resultado, todos los miembros de la comunidad tártara de Crimea son conscientes de lo que significa la deportación. No se cuestionan si realmente ocurrió ni piensan: "quizá nos lo merecíamos". No. Preservar la memoria de su familia está por encima de todo para ellos".
Aunque su historia tiene muchos capítulos crueles, el trabajo de Yevhenia también sacó a relucir los recuerdos felices.
Sin embargo, en el caso de Gulnara, uno de los personajes vivos del libro que también estuvo en la presentación, Yevhenia consiguió descubrir ciertos pequeños episodios que fueron los marcadores de problemas bastante mayores.
Un ejemplo ilustrativo que compartió fue que los compañeros de clase de Gulnara tenían que pedir permiso a sus padres para sentarse junto a ella en la escuela. De lo contrario, el profesor no dejaba que los demás niños compartieran espacio con una tártara de Crimea.
Esta humillación racista, incluso hacia una niña, era algo habitual en la época soviética, arraigada en el desprecio por la dignidad y la vida de los tártaros de Crimea. Este trato ofrecía una "legitimación" a posteriori de la deportación de los tártaros de Crimea en la sociedad soviética.
"He tocado los puntos principales que suelen surgir cuando se pregunta a los tártaros de Crimea sobre lo que vivieron ellos o sus antepasados. Pero, por supuesto, todos tuvieron ciertas etapas intermedias que fueron especialmente importantes para sus familias".
La memoria es lo único con lo que cuentan algunas familias tártaras de Crimea, ya que sus fotografías se perdieron en la ocupación rusa. Sin embargo, algunos tuvieron la suerte de mantener a salvo sus tesoros familiares.
Pedí a mis entrevistados que buscaran sus fotos. Para algunos fue más fácil, mientras que para otros resultó imposible. Cuando algunos de ellos me enviaron las fotos, me dijeron: "Por favor, no las pierdas y devuélvemelas cuanto antes". Yo les respondía que se las devolvía inmediatamente porque, si me alcanzaba un misil, sus tesoros familiares perecerían junto conmigo. Compartimos este tipo de humor negro.
Estas fotografías eran preciosas no sólo porque captaban un momento en el tiempo, sino también porque eran el único vínculo que algunos tártaros de Crimea tenían con la patria que una vez más les ha sido robada.
"Cuando por fin se les permitió a los tártaros de Crimea regresar a Crimea, por terrible que pueda sonar, simplemente deseaban contemplar sus antiguos hogares.
No pretendían recuperarlos, aunque teóricamente podrían haberlo hecho, ya que existen precedentes en el derecho internacional de países que devuelven propiedades robadas hace mucho tiempo. Simplemente querían tocar las paredes, un sentimiento compartido por muchos de los ancianos. Los ocupantes eran, naturalmente, descendientes de los que llegaron en 1944: los rusos".
Y la máquina de la historia volvió a hacer su ciclo, cuando Rusia ocupó Crimea en 2014. Esta vez, los tártaros de Crimea no se enfrentaban a una deportación directa, sino a ser expulsados de su patria por un gobierno ruso decidido a hacer insoportable su vida en Crimea.
Yevhenia visitó Crimea en 2016, dos años después de su ocupación, y la encontró completamente irreconocible.
Había una atmósfera de miedo. Subes a un autobús y todo el mundo está en silencio. En Odesa [Ed.: donde vive Yevhenia], la gente habla de todo: de política, de nuestro presidente, del alcalde de nuestra ciudad, y esto es la vida normal. En Crimea no se puede decir nada. Todos vigilan uno al otro y miran a su alrededor.
Una vez salí a pasear al atardecer. Estaba en Simferopol, una gran ciudad en la que ya había estado varias veces. En 2016, todas las calles estaban vacías. Los lugareños me dijeron que era mejor no salir al atardecer porque era cuando la gente desaparecía. Fue terrible. Y ahora Rusia ha impuesto un toque de queda y tampoco podemos salir al anochecer."
Sin embargo, algunos tártaros de Crimea han optado por quedarse en su tierra natal, y Yevhenia afirma que es razón suficiente para que Ucrania no renuncie de devolver Crimea a casa.
Crimea no es sólo una hermosa tierra con mar, rocas, sol, uvas y chebureki (empanadillas fritas que son un plato icónico de los tártaros de Crimea). No. Crimea es parte de nuestra alma común."
Por eso Yevhenia se adentra en esta alma, formada por fragmentos de la historia de muchas personas. Encontrándolos uno a uno, la autora va llenando poco a poco las lagunas de un gran cuerpo. Es el cuerpo de la nación tártara de Crimea, y sólo seguirá vivo mientras haya gente dispuesta a preocuparse por él.